JÓVENES INDIGNADOS ENMUDECIDOS.
Hace tiempo que, por unos motivos u otros, me he mantenido alejada de este blog. No siempre se puede hacer lo que uno quiere o no siempre uno quiere hacer lo que debería. Más o menos, estas son las razones de mi alejamiento de este rincón. Me ha congratulado, no obstante, comprobar que, a pesar de todo, hay personas que han leído y releído alguno de mis viejos escritos, los han comentado, han hecho tertulias o se los han mostrado a sus hijos para que vean, en algunos casos, cómo va el mundo y lo que vale un peine.
Hoy vuelvo aquí con unas palabras que no son mis palabras, sino la reproducción de un artículo admirable tanto en el fondo como en la forma. Os dejo con él. El mérito no es mío, es todo de FRANCISCO GARCÍA PÉREZ que dice verdades como puños.
«LA URGENCIA DE QUE LA JUVENTUD RECUPERE EL DOMINIO DE LAS PALABRAS Y SEPA ENUNCIAR SUS DENUNCIAS»
La primera y una de las labores más complicadas de los psicólogo clínicos consiste en determinar con exactitud si su paciente está triste, desolado, exhausto, decaído, amargado, mohíno, nostálgico, melancólico, frustrado, abatido, apenado, angustiado, agobiado, hundido, desilusionado, decepcionado? Que padece alguna enfermedad del alma no admite duda, pues la «denuncia» con su actitud, la hace saber, la avisa, da noticia de ella. En efecto, ha dejado de comer con apetito, duerme mal, se dispersa, apenas le toma gusto a nada. Sin embargo, para atajar de modo efectivo la enfermedad del alma que le aqueja resulta imprescindible que la verbalice, que la «enuncie», que exprese breve y sencillamente la idea motriz de su mal. De no conseguir pasar a palabras claras y significantes su estado de ánimo, quien acude a consulta psicológica es más que probable que acabe por cronificar su dolencia, continúe sufriendo como estaba y acabe tomando como rasgo normal de su personalidad lo que, bien enunciado, sería un trastorno. Pues eso mismo acaba de decirlo el pensador francés Edgar Morin con respecto a los jóvenes indignados de Occidente (pues en otras partes lo han enunciado muy bien derribando a los tiranos): «No basta con denunciar, hay que enunciar (?). El problema es que carecen de un pensamiento, de una vía para el momento inmediatamente posterior (?). Los indignados hacen críticas justas, denuncian pero no pueden enunciar». Los indignados están mal, los enfermó el sistema: pero no dan con las palabras que les permitan salir del túnel donde fueron embutidos. Y no dan con ellas porque el propio sistema se las robó, porque el propio causante del mal se esforzó en que no las aprendiesen, usando para ello todos los medios a su alcance (y en sus manos). El Poder convirtió las televisiones en vertederos de basura gritona, maleducada y analfabeta; entronizó a tarados con severos problemas de coordinación mental y los hizo modelos imitables, deseables, ejemplares; desterró de la pantalla a la inteligencia y al buen decir, sustituyéndolos por la estupidez, el balbuceo y el berrido. El Poder anuló el posible trabajo de los profesores encargados de enseñar la lengua común llenando su jornada laboral y la de sus compañeros con un trabajo burocrático tan absurdo como reiterativo, fomentando la inquina social hacia ellos, desprestigiándolos con mentiras escandalosas, cambiando con criminal frecuencia planes de estudio que, precisamente, venían redactados en una jerga cada vez más absurda, contradictoria, podrida. El Poder creó una casta de políticos cuyo lenguaje se aparta lo más posible del lenguaje real, del hablar común: unas voces de su amo con la boca llena de barbarismos, de incongruencias discursivas, de enrevesados trabalenguas que no transmiten otra cosa que ruido y distorsión auditiva. El Poder fomentó, financió, ayudó y aplaudió el becerro dorado de las redes sociales, en cuyas entradas y «posts» toda memez encuentra cobijo; de los blogs desde los que pontifican la agramaticalidad, la penuria sintáctica, el desmán morfológico, la miseria léxica, la vileza semántica; de las webs acientíficas, necias, enemigas del buen juicio? todo para servir al propósito del Poder: hacerlas en el imaginario social equivalentes al periodismo de denuncia y clara enunciación. El Poder no tuvo el menor escrúpulo en identificar cualquier sustancia (alcohol y otras drogas) con sana diversión juvenil, en minimizar u ocultar los daños individuales y colectivos que producen, pues un cerebro dañado, falto de reflejos, abotargado se esclaviza mejor que el sano, activo y despierto. El Poder cerró librerías, redujo bibliotecas, despreció la lectura en favor del culto genuflexo a la imagen. El Poder, en definitiva, ocupó el lenguaje, ocupó la enunciación, por la fuerza, para mantener a sus legítimos propietarios reducidos a los límites del aviso, de la denuncia: indignados, pero sin palabras, enmudecidos.
Qué curioso e ilustrativo que sean dos ancianos (el citado Morin y Stéphane Hessel, sobre todo) quienes más clamen desde la sabiduría contra el atropello que ese rapto violento de las palabras significa para los jóvenes. Morin, un «pesioptimista», el que fuera resistente francés antinazi, comunista expulsado del Partido por los totalitarios, enuncia su denuncia en estos mismos días: a los intelectuales los está carcomiendo la esclerosis por academicismo; la Humanidad es la que está en crisis, no la economía; la hegemonía del dinero es la ruina moral; la tiranía de lo cuantitativo es el camino a la barbarie; la educación debe ser global, vital, interrelacionada, no parcelada, subdividida, atomizada. Dice Morin que «lo que se puede esperar ya no es el mejor de los mundos, sino un mejor mundo», de acuerdo, pero que la lucha debe encaminarse a que lo improbable sea posible, a que lo inverosímil pueda suceder. Sí, hay que estar indignados, es decir, irritados, enfadados vehementemente con la barbarie que el Poder desea vendernos. «Indignaos, pero comprometeos» (podría decir con Hessel).
Y acaso la tarea más urgente, más acuciante, sea recuperar el lenguaje que a los jóvenes se les ha hurtado premeditada, alevosa y sistemáticamente de un par de generaciones acá. Volver, sin duda, a leer, a recuperar el dominio de las palabras, a que cada joven enfermo de indignación sepa dar el paso siguiente y enuncie lo que quiere y no ceda en ello. «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa», dejó dicho Ortega y Gasset. No seamos más el enfermo indeciso del principio: enunciemos lo que nos pasa, demos con la palabra justa para que se haga lo justo. «La cosa pública se ha llenado de publicistas encargados de buscar expresiones para falsificar la realidad», recordaba Juan José Millás hace unos días. Pues bien, es labor inmediata desenmascarar a esos emisarios del Poder real, a los mercaderes del mal decir, abrumar su sinsentido con el valor que las palabras grandes tuvieron en nuestra lengua, reivindicar ejercitándolos enunciados completos, inequívocos, directos, acusadores, reveladores, llenarnos de palabras de verdad contra las palabras de filfa y de mentira. En esa trinchera hay que estar, estamos algunos. ¡Ay de quien piense que quienes amamos el lenguaje sólo somos una banda de pintorescos puristas a la que quita el sueño una coma mal puesta! Adelante, enunciemos nuestra indignación, nuestra denuncia.
Da gusto reencontrarte de nuevo, aunque esta vez nos hables con las palabras de otro, como tú dices. Me parece una reflexión muy interesante sobre el lenguaje y las generaciones jóvenes. Eso de que saben denunciar pero no enunciar creo que es la clave del meollo. No estoy tan seguro de que el enunciado o el lenguaje se les haya escamoteado a las jóvens generaciones. Estas se mueven en vocabulario limitado, estropeado irremisiblemente por los sms y demás artilugios de comunicación rápida, en que solo cuentan las abreviaturas y las faltas de ortografía para hacerlo todo más rápido. Hay que leer mucho, escribir menos en el móvil y reflexionar.
Me pregunto si lo que se dice en el post de que los jóvenes (indignados, se supone) carecen de una vía para el momento posterior a la denuncia, será la explicación de actos como los que hemos visto ayer en Barcelona y que han mostrado todas las televisiones. Obviamente, esos grupos son jóvenes indignados muy extremistas. Y pienso al hilo del post ¿no actuarán así porque es la única salida que les queda?. Ahí dejo este pensamiento sobre el que creo merece la pena pararse a pensar
Hola, Cami, ¡ya era hora!. Espero que no te haya pasado nada malo en este largo tiempo de ausencia.
Bueno, con respecto al tema que reproduces en tu blog, yo creo que buena parte del mal, de la incapacidad de expresarse las nuevas generaciones, es culpa de las televisones y sus programaciones, que en su mayor parte son un vertedero de basura. ¿Qué juventud nos ponen de «modelos» a imitar?. Los ganapanes de Gran Hermano?. ¿Las madres que buscan novia/o para sus hijos?. ¿Los programas de cotilleos donde la mayor parte de sus componentes son analfabetos funcionales?. Creo que hay mucho por hacer y la tele es un buen lugar por donde empezar a sanear el panorama, penoso por cierto, de buena parte de la juventud de hoy. Y ellos no son los principales culpables. Creo que no hace falta señalar más.
Acerca del tema que se trata en este post, y por mi experiecia, tengo que decir que menos filosofar sobre si a los jóvenes se les ha robado o no el lenguaje para poder pasar de la indignación a la enunciación. Buena parte de los jóvenes de hoy no están interesados en leer, si en su instituto les mandan lecturas de libros «eso es un rollo y que lo lea el menda» (el menda es el profesor),han inventado un mini lenguaje que no llega a lenguaje siquiera aunque a ellos les sirva. La cantidad de correcciones gramaticales en los exámenes, son para suspender masivamente a jóvenes y adolescentes. En su mundo de diversión, solo hay ruido y bebida, nada de conversación. Y, aunque es cierto que últimamente con sus levantamientos y sus protestas desde el 15-M parece que se ha despertado una conciencia social entre ellos (cosa que particularmente me ha sorprendido gratamente) si no saben salir de ahí y pasar a una segunda parte del movimiento porque no saben decir qué quieren y cómo lo quieren, no creo que sea culpa de que el sistema les haya escamoteado esa posibilidad. Ellos se han escamoteado a sí mismo durante años el acceso a la expresión razonada y al lenguaje. La mayor parte de la juventud de este país, con estudios o no, no utiliza más de 100 palabras en su vocabulario. ¿Es significativo esto o no?.