ELLA
Como todos los días, cuando su marido y los hijos se marcharon a sus deberes respectivos, ella recogió los restos del desayuno, ordenó la cocina, las habitaciones y echó una ojeada a la casa. Todo en orden, cada cosa en su sitio y el piano en su rincón. Se sentó ante él, como hacía casi todas las mañanas y tocó durante una media hora. Luego, se levantó, arrimó la banqueta al piano y se sentó ante el escritorio. Solo unas cuantas letras en un papel que metió en un sobre y lo dejó en el recibidor, bien a la vista. Cogió su bolso y salió de su muy confortable casa.
Sin mirar atrás, dejó el hogar en el que Ella había forjado una vida y formado una familia feliz. Siempre pensando en ellos, pero ¿qué pasaba con Ella?.
Aunque no sabía a dónde se dirigía, caminaba con paso firme y resolución. Simplemente seguía un impulso que había reprimido hasta hoy en que, ella no sabía muy bien por qué, tenía que seguirlo.
En la ensenada de autobuses cogió uno que le pareció adecuado. El conductor le preguntó que a donde iba, para saber cuánto le tenía que cobrar. “Hasta el final” dijo ella y luego buscó un asiento de ventanilla para ver el paisaje.
Al final del camino, después de casi un día entero de viaje con diversas paradas, llegó a un pueblecito al borde de la nada. “Fin de trayecto, todos abajo”, dijo el conductor.
Final del trayecto. Comienzo de algo nuevo. Pero ¿qué?. Todo eran incógnitas.
Ella estaba ahora indecisa. No se arrepentía de lo que estaba haciendo pero no sabía muy bien qué hacer ahora, en ese pueblo diminuto y con un aspecto desolador. No se dio cuenta de que se le acercaba un hombre casi anciano hasta que lo tuvo a dos pasos y se dirigió a ella. “Ha tardado más de lo convenido. Tenga, aquí le dejo las llaves. Lo demás es cosa suya. Que le vaya bien, señora”. Y desapareció de su vista en menos que canta un gallo. El estupor de la mujer era inmenso. Unas llaves viejas y grandes, como de caserón antiguo en las manos, y un interrogante en su interior. La primera idea que tuvo fue entrar en la cantina del pueblo para averiguar quién era el misterioso anciano que se había esfumado. Allí se enteró de que ella era la nueva propietaria de la semiderruida posada que había ya dentro de la nada, al borde de un camino de viajeros solitarios y aventureros. Le dijeron también que el viejo ya no tenía fuerzas ni ganas de seguir con el trabajo, que se iba a vivir a la ciudad con uno de sus hijos y por eso le había vendido la vieja posada.
Un alma caritativa la llevó hasta el lugar y la dejó sola ante algo que se parecía más a un chamizo que a una casa con posada.
Un chamizo que había que convertir en casa habitable. Un gran desafío, una obra ingente para una persona sola. Pero Ella no se echó para atrás. Por suerte, detrás la casa guardaba un secreto precioso.
Ella no se echó para atrás. Abrió la casa y se puso, como hacía en su propia casa, a ordenarlo todo y a limpiar. El calor era sofocante pero ella descubrió que la trasera de la casa tenía un tesoro: un pozo de agua fresca y cristalina. Su salvación.
Fueron años muy duros. Ella trabajó como una mula. Un día, vinieron un hombre y una mujer y se quedaron con ella para ayudarle en los trabajos a cambio de techo y comida. La posada empezó a ser famosa entre los viajeros solitarios. Se fue corriendo la voz de que allí había agua, buena comida, afecto en el trato, sábanas limpias y sonrisas para los viajeros. Y la posada se convirtió en un negocio aceptable.
Con el paso de los meses y los años, el sol y la arena habían hecho estragos en la piel de ella. Arrugas múltiples surcaban su rostro y sus manos se parecían a unos sarmientos resecos. Era una mujer nueva y se sentía plena por primera vez en su vida. Así que había llegado el momento de levar anclas. Regaló la posada a la pareja que tanto le había ayudado y se encaminó a la parada del autobús.
Cuando él se bajó del coche, a la puerta de casa, los sonidos del piano hicieron que su corazón diera un vuelco. “¿Será posible?”. Entró precipitadamente en la casa y sí, allí, frente al piano, estaba ella de nuevo tocando una suave melodía. No se atrevía a darle un abrazo. ¿Debería montarle un buen escándalo por los años de abandono?. Siete años, siete años sin saber nada. Solo la nota que ella había dejado: “No me busques. Si me encuentro, volveré”. El resto tiene mucho que ver con un final feliz, armonioso y en paz.
Con su vuelta parecía comenzar el primer día del resto de sus vidas. (Foto de Elliot Erwitt).
He leído con atención, incluso con emoción, su post. Porque de algún modo, yo soy su Ella. Me he identificado totalmente aunque nunca he sido capaz de dar un portazo y empezar una nueva vida en algún sitio lejano con la intención de rehacerme y comenzar de nuevo en el mismo lugar que pude abandonar. Lo he intentado y lo sigo intentando sin alejarme de los míos, pero haciendo nuevas cosas que tenía abandonadas o que nunca empecé por aquello de cuidar de los hijos y un marido que no necesitaba tantas atenciones. Ahora que mis hijos son mayores, una nueva vida, MI VIDA, ha empezado para mí. Ahora tengo tiempo para ser feliz en vez de solo intentar hacer felices a los demás. Y creo que todos salimos beneficiados. Mi satisfacción interior se trasluce en todo lo que hago para los que me rodean. Gracias por su escrito, por saber que muchas mujeres necesitamos encontrarnos a nosotras mismas.