EL LADRÓN DE POEMAS
Hoy me he reunido con una vieja amiga y compañera de los tiempos en que ambas estudiábamos Periodismo en la Universidad de Navarra. Es sorprendente como, al abrigo de una charla relajada y divertida, vuelven a la memoria recuerdos que habías borrado de tu vida. Ropas, lugares, rostros, olores, miradas, paseos… vida en definitiva que parecía enterrada y bien enterrada no por un especial interés en enterrarla, sino porque el tiempo va apartando a rincones recónditos muchas cosas para dejar sitio a otras que luego fueron más presentes, más importantes, más decisivas y definitorias de lo que ha sido buena parte de una vida. Hemos revivido exámenes, escapadas sin permiso, juegos atrevidos, copas de fuentes prohibidas y, cómo no, amores. Ligues más bien porque para ninguna de las dos ni uno solo de los que tuvimos en aquellos años fueron ni tan siquiera significativos.
Eran tiempos de risas, diversión y no muchas responsabilidades. Nos lo pasábamos en grande con nuestras confidencias. No quedaba títere con cabeza.
¿Te acuerdas de aquel que estudiaba Derecho y que iba en la tuna, que era de Sevilla y andaba detrás de tí?- me dice ella mientras sujeta en la mano la última copa de la cena.Y yo: ¿y el canario tan guapo que estaba loquito por tus huesos y tú no le hacías ni caso mientras un montón de chicas de Filosofía le llamaban “el principito” y suspiraban a su paso?. Risas, recuerdos, volver a la juventud que entonces parecía eterna. Cuando empiezas a disimular canas, ese retorno momentáneo a los años dulces de estudiante resulta gratificante. Sin magia, sin milagros, retrocedes en el tiempo y vuelves a ser aquella chica entre pícara, formal, curiosa y precavida que fuiste. Yo no fuí una estudiante modelo, desde luego, pero siempre recuerdo que en una reunión de antiguos alumnos hace ya unos cuantos años, uno de mis viejos profesores me dijo algo que se me ha quedado grabado para los restos. “No, no eras una gran estudiante, faltabas a clase si tenías planes más divertidos, apretabas en la víspera de los exámenes y salías adelante. Nos traías de cabeza en ocasiones pero fuiste una de los alumnos que mejor vivió y entendió la universidad”. Me pareció un tanto sorprendente, pero no me dio más explicaciones. Siempre me he arrepentido de no pedírselas porque todavía no se muy bien que quiso decir. Pero, quizás por no saber, nunca he olvidado.
Encontré una foto así de aquellos tiempos: melenas infinitas, contraluces y las dos mirando muy atentamente algo que había en la pared.
Y hablando de olvidos, mi amiga recuerda a un catalán que estaba detrás de ella y que era compañero de clase. Le escribía largas cartas en las que le contaba hasta el color de los calcetines que se había puesto cada día. En vacaciones le ponía conferencias, si viajaba le mandaba poemas sin remitente. Ella coqueteaba con él hasta que dejó de divertirle el juego y lo apartó. A fin de cuentas, nunca le había jurado amor eterno. Ni siquiera amor, ni un te quiero cuando él se lo repetía. Y bien, pasaron los años y un buen día el chico, convertido en periodista fracasado, profesor de otras materias que nada tenían que ver con lo que de joven soñaba, llamo a su puerta. Se vieron varias veces. Ella ya estaba separada y sin hijos ni ataduras. El, mal casado y con hijos, seguía soñando con ella. O jugó a eso hasta que mi amiga le dejó pasar… hasta el dormitorio. Habían hablado de los poemas que él le escribía y ella los buscó por algún armario porque sabía que estaban entre otros muchos recuerdos de otros cuantos amoríos y retazos de juergas de compañeros. Cuando el se fue marchó, mi amiga pensó que el tipo le seguía importando un bledo. Buena figura, poco pelo, un cierto olorcillo a sudor… no, nunca más volvería a su dormitorio. Prefería hombres con olor a Cacharel. O a Boss. (Que es una forma de decir qué tipo de hombres le atraían). Cuando él lo intentó de nuevo, ella lo mandó a escardar. En venganza, él le confesó que la vez anterior había ido allí a robarle los poemas que le había escrito de joven porque creía que eran muy buenos y pensaba incluirlos en un libro.
El ladrón de poemas como un cazador furtivo huyendo en la noche.
¡Será cabrito! -pensó mi amiga. Le noté todavía una cierta indignación mientras me lo contaba. Pero luego su cara se fue transformando y emergió aquella sonrisa pícara de los años jóvenes. “Fuí enseguida a mirar en el cajón de donde había sacado los poemitas de marras y ¡ni te lo imaginas!. En un sobre grande doblado y con una nota que decía “Meriendas” estaban todos los poemas del tipo”. Marisa, mi amiga, empezó a revolver todos los papeles que tenía de aquellos tiempos y enseguida encontró una explicación. El ladrón de poemas se había llevado otros que pertenecían a unas canciones en catalán que le había hecho y dedicado otro de sus amoríos de entonces. Por suerte, al ladrón nunca le dieron la oportunidad de publicar sus poemas. De lo contrario, le hubieran reclamado derechos de autor junto con una denuncia por plagio.
Cuando nos despedimos, las carcajadas de ambas seguían resonando en la calle semidesierta.
Madrid de noche, siempre cómplice de buenos momentos. Apenas hay nadie, solo algún despistado y un taxi para cada una.
Me alegra reencontrarte pero tengo que decirte que es la cuarta o quinta vez que intento dejar un comentario en tu entrada y, hasta ahora no he tenido éxito. A ver si cruzando los dedos lo consigo. Nunca has sido una chica fácil (risas bienintencionadas). Me gusta el cambio de nombre en el blog. «Objetivo dispar» me suena a que vas a tratar eso, cosas dispares según te venga en gana, te lo pida el cuerpo o te lo marquen a saber qué acontecimientos en el mundo o en tu vida. De momento, en esta entrada te noto un poco más…intimista, relatando historias personales verídicas o en parte inventadas, no se bien. Me he divertido leyendo este post porque tienes un don especial para contar las cosas. Espero que no renuncies a entradas que eran auténticos reportajes como tantos que he leído cuando este rincón se llamaba «Anotaciones al margen». No te vuelvas a marchar de este rincón. Te lo pide tu fan number one.
Debes seguir escribiendo, tienes una forma clara y limpia de contar, bien estructurada y sin impostación alguna. Me gusta.
Viajar al mundo de los recuerdos, de la infancia, o de la juventud… a veces es estimulante. Pero lo que sí es muy estimulante es tener una amiga con la que tomar un vino y charlar, y reír, y pasárselo bien… y recordar…un pasado en común. Enhorabuena.
¡Lo he reconocido!. Al ladrón de poemas, me refiero. Me he reído mucho con lo que cuentas, Camino. No en vano yo fuí testigo de alguno de los poemas que escribió a nuestra amiga. Lo que desconocía es que se metió en el dormitorio para llevarse los originales. Nunca fueron gran cosa, la verdad. Una historia penosa y genial al mismo tiempo vista desde vuestro lado y desde fuera. Si la leyera el autor, seguro que se moría de vergüenza y no por hacer algo así, sino por miedo a que se diga su nombre. ¡Buenoooo!. Venga, maja, sigue escribiendo que siempre lo has hecho genial.