MI MUNDO SIN TÍ, MARI PEPA.
Hoy, 21 de febrero, era para mí un día importante: Gael cumplía 6 años y aunque la vida nos ha separado físicamente, no por ello iba a dejar de celebrarlo. Un desayuno revisando viejas y nuevas fotos, vídeos del día en que empezó a andar, de sus juegos en la piscina de mi terraza, de sus charlas con Curro, el loro de mi vecina que solo grazna pero que Gael entiende perfectamente. Miraba todos los regalos que tengo preparados para cuando pueda dárselos en persona. Gael, mi pequeño Padawan ya convertido en Jedi con ropas, espada y trenza delgadísima como su héroe Obi-Wan Kenobi, del que Gael es, por lo visto, una auténtica reencarnación.
Obi-Wan Kenobi joven. Gael es su más enfervorizado admirador e imitador en su mundo de juegos de Star Wars.
Escuchaba de fondo el tintinear de que entraban más y más guasaps (lo escribo así porque me da la gana y espero que más de uno me imite). Nunca estoy pendiente de ellos, a veces pasan dos días sin que los haya mirado pero hoy cogí fuerzas a mediodía y me enfrenté a la tarea de revisar los 63 que esperaban. ¿Pepe me ha mandado un guasap?. ¡Que raro!. Era un cariñoso y escueto mensaje en el que me decía que Mari Pepa, su hermana mayor, había muerto esa mañana. La ilusión y buen ánimo con que había comenzado el día cambió con un vuelco de mi maltrecho corazón y una angustia infinita me invadió totalmente. ¡Mari Pepa, la gran hermana de todos, la amiga, la confidente, la paciente, la divertidísima y cantarina animadora de todos los cumpleaños, fiestas y festejos, la bella entre las bellas de cuerpo y alma se había ido.
Mari Pepa en sus años jóvenes. Guapa, ingeniosa, divertida, buena, muy buena persona. Mi amiga durante casi cuatro décadas.
Yo tenía una familia en Málaga, la familia de Pepe Infante. Amigos y compañeros durante casi toda nuestra vida profesional, ese cariño que nos hizo inseparables en trabajos, viajes, andanzas, risas y lágrimas, ratos buenos y malos, se amplió de forma natural a nuestras familias. Sobre todo a la suya. En los veranos, yo bajaba con mis niñas a las playas del sur y siempre pasábamos un tiempo con doña Lola, la madre más graciosa y con más tronío que yo he conocido. Y luego Mari Pepa, la hermana mayor, la que siempre estaba atendiéndonos a todos. «Mari Pepa, ¿nos llevas a Nerja?». Y ella montaba en su coche y arreando que para luego es tarde. «Mari Pepa, que voy de rodaje y paso por Málaga. A ver si tengo tiempo de veros». «Mira niña, tú no vas a venir y pasar por aquí como si ná. Te vienes a casa que haré de comer…(lo que fuese)». Era tan acogedora, tan dispuesta, tan animosa… Y la vida no le había dado muchos motivos para ello precisamente. Tuvo un marido, Antonio, que la quiso muchísimo. (¿Quién no ha querido muchísimo a Mari Pepa?, me pregunto ahora). Pero el corazón y el tabaco se lo llevaron hace años. Tiene una hija, Auxi, que hoy no dormirá seguramente y que ha estado a su lado en la medida que ha podido. Pero Mari Pepa tuvo problemas desde niña que la dejaron coja de una pierna. Tenía una rodilla que ya no se que era aquello. Y el corazón muy mal. Y otras muchas averías. Soportó dieciocho operaciones en su vida. Pero ella siempre sonreía y nos alegraba la vida a los demás.
Mari Pepa, con días malos o buenos, siempre tenía arrestos para animar a los demás. Le gustaban las charletas en las terracitas sombreadas con un refresco. Sin azúcar, por favor.
En los últimos años de su vida, desde la muerte de su Antonio, hablábamos por teléfono con bastante frecuencia. Se había quedado muy sola. A las dos las hijas se nos han hecho mayores, tienen su vida, sus trabajos y no pueden, aunque quisieran, darnos toda la compañía que nos hubiese gustado. Así que nos hacíamos compañía por teléfono, nos contábamos cosas de nuestro día a día, de nuestras naderías. Y también hacíamos risas, me cantaba coplillas que yo ahora le canto a Gael y así pasábamos una tarde animada muchas veces.
Hace unos meses estuvo muy enferma y hubo momentos en que temía lo peor. Como todos sus hermanos. Rafi, la segunda de los cuatro hermanos, me tenía más o menos al día de su estado de salud, mientras entre todos le buscaban una residencia para ir allí a vivir. Lo pidió la propia Mari Pepa. No quería volver a su casa, a su soledad entre cuatro paredes por muy acogedoras que fueran. Consiguió salir por su pié del Hospital y se fué a su estupenda residencia. No llegué a verla allí, pero cuando hablábamos notaba que estaba contenta, que allí tenía gente con la que hablar, con la que cantar… ¡había hasta «guiris»! que como el resto del personal y habitantes de la residencia hoy lloraban su muerte. Porque los «guiris» esperaban todas las mañana la presencia de Mari Pepa para cantar, bailar y palmear con ella. En un pis pas se había convertido, ¡cómo no!, en el alma de la residencia.
Mari Pepa posando en una de sus últimas fotos, en la residencia donde vivió en sus últimos tiempos.
No se cómo lo hacía, pero era imposible no reír estando con ella, impensable que alguien pudiera no quererla. Imposible no sentirse a cobijo a su lado, imposible no sentir admiración por un ángel que, a pesar de sus males, que fueron muchos y duros de llevar, parece que había venido a este mundo para cumplir una misión: contribuir a hacernos felices a todos los demás.
Ahora me encuentro un poco perdida, Mari Pepa. Tú, tan bullanguera y cantarina, te has marchado despacio y en silencio. ¿Quién me llamará desde Málaga para contarme cosas de allí, de la familia, de la vida, de tus pinturas y tus manualidades?. ¿Qué vamos a hacer en este rincón del mundo que, de pronto, con tu marcha se ha puesto sombrío?. ¿Cómo va a ser el mundo sin tí, Mari Pepa?. ¿Cómo van a ser mis teléfonos sin tus llamadas?. ¿Cómo mis recuerdos de tí y el tiempo disfrutado contigo van estar llenos de sonrisas si lo que tengo son lágrimas?.
Te querré siempre. Y te lloraré también. Pero intentaré seguir tus animosos consejos, cuando hablábamos de la muerte, y que se resumen bien en este llamado «Poema Indígena» que tanto te gustaba y que, a pesar de su título, escribió Mary Elizabeth Frye, una modesta ama de casa de Baltimore.
«No te acerques a mi tumba sollozando, no estoy ahí…
Estoy en el viento que te acaricia, en las plantas que riegas cada día,
en las estrellas que brillan de noche en tu hogar,
en la sonrisa de tus hijos,
en los pajarillos que cantan en tu ventana…
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando…
No estoy ahí …
Estoy en tu recuerdo y en tu corazón.
Adiós, amiga, hermana, confidente. Una parte de mi corazón se va contigo.
Hola, vieja amiga. No sabes lo alegre que me ha puesto descubrir que de nuevo retomas el blog que, como se que no han sido tiempos muy buenos, quizás por eso lo habías abandonado. Y dispar es tu entrada: primero ríes para luego llorar . La muerte de un ser querido es siempre doloroso y se nota que la muerte de tu amiga te ha dolido en lo más profundo. La vida me ha enseñado que el tiempo no nos hace olvidar estas cosas pero sí mitiga el dolor. Te deseo que el bálsamo del tiempo te ayude.
Y por encima de esta pena que nos cuentas, quiero felicitarte por tu regreso a este rincón, Cami. No vuelvas a marcharte.
Lástima de vidas que se van. Amanece un día con pinta de ser feliz y mintras queda truncada la vida de alguien muy allegado. Espero que el dolor no pase demasiado por aquí. Como sueles poner en Facebook cuando das las buenas noches, te lo deseo «de todo corazón».
¡Que triste es perder a un ser querido!. Me ha pasado no hace mucho y ¿sabe usted?. Lo peor no es el después inmediato porque entre el disgusto de una muerte de alguien querido, los funerales, los pésames, las visitas de los allegados… apenas se tiene tiempo de dolerse por dentro. Luego, cuando todo eso ha desaparecido, es cuando tomas conciencia de que tu amor, tu compañero, tu amiga del alma ya no está ni va a estar nunca. Solo el recuerdo. No más risas, no más discusiones, no más nada. Solo una sonrisa o un gesto ambivalente ante un recuerdo determinado. Yo creo en otra vida y espero que su amiga esté allí disfrutando para siempre.
No tengo palabras.
Muchas gracias por ese recuerdo, Camino, y por cuidarla desde lejos, y por tanto cariño. No, no había manera de no quererla ni de no reír a carcajadas a su lado. Muy triste su ausencia.
Un abrazo fuerte de su sobrino, Miguel