SUDÁFRICA DETRÁS DEL FÚTBOL Y LAS VUVUZELAS

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No me gusta el fútbol. Algunos futbolistas sí. Cuando miro de soslayo algún partido en televisión, admiro a esos chicos tan estupendos y tan en forma que da gusto verlos. Vamos que, como decía Rosa Chacel, «el fútbol no me interesa en sí mismo, pero luego salen esos chicos en pantalón corto y están tan …!». Creo que la cita era así. A ella le gustaban esos derroches de muslos bien formados que lucen los chicos del fútbol cuando se ponen a la faena balompédica.  Vale, mucho chico así en los campos de fútbol de Sudáfrica. Mucho follón en las gradas, muchas caras pintadas con los colores de turno según el partido y mucho ruido de moscardones cojoneros que hacen las ya famosas vuvuzelas. Todos, por un equipo u otro miramos estos días a Sudáfrica. Y de este país sabemos aquello del apartheid, los negros por un lado, los blancos por otro. Luego, el final oficial de esa discriminación.  La salida de Mandela de la cárcel, su mandato al frente del país, su bonhomía… y poco más. Lo que nos han enseñado en el cine y en algún documental. Poco de la realidad actual.

Así que me he dedicado a buscar por lugares varios esa realidad que, escondida o no, está más allá de los campos de fútbol y la trompetillas.

A Sudáfrica, llegan a diario de países de su entorno, principalmente Zimbawe, multitud de emigrantes y refugiados. Sudáfrica, país emergente, es un reclamo para los miles de desamparados  que mueren de hambre en otros lugares próximos.

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Cola de inmigrantes procedentes de Zimbawe a la espera de ser registrados en un refugio habilitado para hombres. Enero de 2010. Foto: Darryl Evans / Médicos sin Fronteras.

Médicos sin Fronteras elaboró un informe («La vida de los migrantes y refugiados en Suráfrica») en el que cuentan, entre otras muchas cosas que, cuando los huídos consiguen atravesar la frontera y entrar en Sudáfrica,  no solo pagan el precio a las mafias de 150 dólares, -una fortuna para cualquier desposeído-, sino que además las bandas de criminales sudafricanos denominados  guma guma violan y roban tanto a mujeres como hombres. Dos de cada tres víctimas, son mujeres  y de ellas, acaban  embarazadas un 20 %. (Esto, me trae a la memoria que hace días por fín se dijo y publicó en España que esas mujeres subsaharianas que llegan en las pateras embarazadas y producían estupor en la gente, -«cómo se les ocurre venir así estando preñadas»-, es porque han sido violadas en el camino y sus embarazos suelen ser producto de su intento de llegada a un mundo mejor. Uno de los peajes que pagan, porque el trayecto es largo, dura meses en muchos casos y hay muchas violaciones en el camino).  Pero volviendo a Sudáfrica, primer dato terrible: hay un problema de inmigración y existen mafias organizadas para extorsionar a los que quieren entrar en el país. Criminales que impunemente roban, violan y, si se tercia, matan.

Otro dato: el virus del sida, se propaga desde la frontera irremediablemente. Los violadores no usan condón y cogen o transmiten el virus. En Sudáfrica viven, según datos de Médicos sin Fronteras, una sexta parte de todos los enfermos de sida del mundo. Otra realidad espantosa de este país bastante desconocido. Cada día, se infectan 1.500 personas y al año mueren de sida más de 1.000, cuando en el primer mundo el sida ha pasado a ser un mal crónico casi perfectamente controlado a base de tratamiento. Sudáfrica: 6 millones de seropositivos.

En este país que algunos pensábamos casi idílico, allá donde se juntan Atlántico e Índico, no se sabe el número de inmigrantes y refugiados que puede haber, aunque se cree que la cifra está entre 3 y 6 millones de personas.  O sea, ni idea oficial de lo que hay. Se saben datos parciales: que en Johannesburgo se refugian muchos de ellos, que están hacinados y viven entre ratas y otros bichos en más de 1.000 edificios abandonados, sin agua ni electricidad. De vez en cuando, acuden los llamados «hormigas rojas», un grupo especialista de seguridad privada, que los desalojan de un edificio y les obligan a abandonar sus pocas pertenencias que son tiradas a la calle sin mayores miramientos. La policía oficial, no hace nada.

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Después de un desalojo de 1.500 personas que ocupaban un edificio en el centro de Johannesburgo, los «hormigas rojas» muestran parte de los objetos, tirados a la calle, de los inmigrantes de Zimbawe. Foto: Sarah Hjalmarson/ Médicos sin Fronteras.

Como consecuencia de las condiciones en que son recibidos y la forma hacinada e insalubre en la que se ven obligados a vivir, las enfermedades de transmisión sexual y otras comno la tuberculosis o infecciones de todo tipo, aumentan día a día sin que las ONG’s puedan hacer mucho para frenar estos males, a pesar de dejarse allí media vida. A los organismos oficiales, no parece preocuparles demasiado este punto. Ni otros, como la xenofobia y el racismo.

Pero ¿cómo?. ¿No se había acabado aquello del apartheid y todos éramos igales en Sudáfrica?. Pues no. Claro que no. El 3 de abril de este mismo año, moría asesinado el líder ultraderechista Eugene Nuy Terre’Blanche, conocido simplemente por Terreblanche (Tierra blanca). Dos empleados de su granja acabaron con él a machetazos, tras una fuerte disputa. En aquellos momentos, había una  discusión de tinte racial en Sudáfrica debido a una canción que en sus mítines cantaba el líder de las Juventudes del Congreso Nacional Africano Julius Malema y que dice en el estribillo «matar al boer, matar al granjero». Boer, granjero y afrikaner son el mismo concepto, en parte injusto,  para muchos habitantes de  Sudáfrica. Gentes racistas, defensoras del apartheid, de extrema derecha y con un pasado muy violento. Terreblanche y sus seguidores soñaban con un  nuevo estado afrikáner, separado de Sudáfrica y en absoluto multirracial. Con negros, sí, pero esclavos. Este movimiento nunca llegó a desaparecer a pesar de la llegada de la democracia al país, con Nelson Mandela al frente. La realidad es que hay una brecha, no se si grande o menos grande,  entre la reconciliación  entre razas y la realidad. Y los negros más desprotegidos, confiesan a los que se dedican a ayudarles, que tienen miedo. Y piensan también algunos, que después de los mundiales de fútbol,  la tensión  se agravará.

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Eugéne Terre’Blanche en un mítin . Foto AFP.

La paradoja, una de tantas en Sudáfrica, es que su sociedad tiene un 80% de negros y ellos tienen el poder político, pero el 9% es blanco y controla la economía del país. El llamado «país del arco iris» por la variedad racial de sus habitantes, tiene los colores sin lugar seguro en ese idílico arco celestial. Si a esto le añadimos que allí hay uno de los mayores índices de delincuencia del mundo, el panorama no parece muy halagüeño. Cada año, hay casi 20.000 crímenes, así que las anécdotas acerca de robos en hoteles o en la calle que nos cuentan y/o sufren algunos periodistas que cubren las informaciones deportivas, son «pecata minuta» desgraciadamente. El documental titulado «Forest of Crocodiles, 2009» realizado por Mark Aitken muestra nítidamente la realidad violenta de Sudáfrica. Una violencia que, en contra de lo que pudiera pensarse, solo enfrenta casualmente a negros y blancos. «Son los negros los que sufren la mayor parte de atracos asesinatos y asaltos de todo tipo«, dice el director del documental. Y añade. «los cocodrilos son animales de larga vida y que no evolucionan a lo largo de ella. En Sudáfrica hay gente así, con muchos medios para cambiar las cosas, pero sin intención de intentarlo tan siquiera«.

El 21 de marzo, se cumplieron 50 años de la masacre de Shaperville, que cambió el rumbo de Sudáfrica. La policía del lugar mató a tiro limpio a 69 personas negras que protestaban por el uso obligatorio de unos carnets en los que se les identificaba como «no blancos». A raíz de aquella  matanza,  nació la conciencia de una Sudáfrica libre, la lucha contra el apartheid y, finalmente en 1994 llegó la democracia con Mandela ascendiendo al poder tras unas elecciones.  El Congreso Nacional Africano es desde entonces -16 años- el partido en el poder.  Y los que teóricamente deberían estar satisfechos, se quejan: no se ha conseguido mejorar la vida de los sudafricanos, hay altos índices de paro, la corrupción es demasiado elevada, faltan servicios básicos en todo el país, especialmente donde residen sudafricanos negros (la mayoría de los blancos viven parapetados en urbanizaciones inexpugnables, según parece), y las protestas en público están subiendo la temperatura.

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Sudáfrica hace 50 años. La matanza de Shaperville.

Pero el fútbol ha conseguido tiempo muerto. Así que hablemos de fútbol.  Leo una crónica de Gemma Parellada desde Limpopo y habla en ella de algo que me ha conmovido. El artículo se titula «50 ancianas y dos porterías». Es la historia de un grupo de gogos (término que indica mujeres de edad avanzada) que todos los lunes, bien trempanito, se reúnen en un campo de tierra y, bajo la batuta de San Rikhoiso, el míster, juegan a algo parecido al fútbol. Al menos corren detrás de una pelota.

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Una «gogo» de Limpopo (Sudáfrica) juega al fútbol con su bebé a cuestas. Foto Yasuyoshi Chiba

Se empujan, se ríen, caen, se levantan… hacen ejercicio y su salud ha mejorado. Antes, no podían ser bien atendidas en la clínica de la localidad por falta de medios. Ahora, su tensión está bien, las diabéticas han bajado su azúcar, las artrósicas corren que se las pelan… El médico que visita el lugar una vez por semana, acabará creyendo en los milagros. Como dice Gemma Parellada en su crónica, «no hay pizarra, plan táctico, ni existe formación alguna. Pero sí hay turno de penaltis». Por la ilusión de meter o parar un gol entre los palos. Ese fútbol -o algo parecido- ha servido para una buena causa: mantener sanas y alegres a un grupo de humildes mujeres sudafricanas.

Y sigo hablando de fútbol, solo para recomendar «Soccer’s lost boys», documental que ha producido Current TV, televisión dedicada al periodismo humano, (como la productora española PIRAVAN que dirige el premio Pulitzer Javier Bauluz).  El documental habla de historias terribles acerca del tráfico de niños en África, con vistas a convertirlos en estrellas de fútbol. Es la degeneración absoluta del espíritu deportivo y del deporte. ¡En qué mundo vivimos!. ¡Que vergüenza, que asco, qué náusea!.

Ahora, si han leído todo esto, pueden sentarse frente al televisor a ver el partido de fútbol de turno. Quizás, desde hoy, las vuvuzelas y su ruido cojonero le molesten menos porque le empiezan a molestar otras cosas más ocultas pero tan reales como las jodidas trompetillas.


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5 Respuestas to “SUDÁFRICA DETRÁS DEL FÚTBOL Y LAS VUVUZELAS

  • Javier Sáenz
    14 años hace

    Gracias, Camino, por tu trabajo de periodismo del bueno

  • En estos días de ardores televisivos y futboleros, se echaba de menos que alguien diera una visión que saliese de los campos de fútbol y enseñase realidades de Sudáfrica. Me he quedado sorprendida con lo que ha escrito, porque siempre había pensado que aquello, además de haberse arreglado las diferencias entre blancos y negros, era algo parecido al paraíso. Está visto que no es fútbol todo lo que reluce y que en todas partes tenemos nuestras miserias. Gracias por haberme enseñado algo que desconocía.
    Annie

  • CASTAÑO
    14 años hace

    ¡Que pena que no tenga una cámara para podernos enseñar todo lo que cuenta! De todas formas, lo relata de una forma tan real y documentada que es como en otros tiempos, en que yo seguía y admiraba sus trabajos documentales de carácter social. Siempre dando en la diana, siempre echando una mirada diferente a la del resto de los informadores. ¿Por qué no vuelve a trabajar con la cámara y así podríamos disfrutar más a fondo con lo que escribe?.

  • Iñaki
    14 años hace

    Es estupendo que hayas vuelto a escribir, a denunciar, a removernos los entresijos para que no nos acomodemos demasiado en nuestro bienestar. ¡Gracias por volver!. No te vayas nuncas más de este rincón donde poder encontrarte, leerte y sentir contigo.

  • Bibiana
    14 años hace

    Me ha amargado los partidos de fútbol. Desde que he leído todo lo que ha escrito sobre Sudáfrica, ya no veo el juego de la misma manera. Pienso todo el tiempo en lo que hay más allá de los campos de fútbol y que con tanto detalle nos ha contado. Es para no dormir, en serio.