INDECENTES

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Cuando ese algo que está complementando al cuerpo -alma, espíritu, energía vital…- enferma, lo mejor es hacer una retirada a tiempo. Al menos en mi caso. Hay motivos, acontecimientos, desgracias,  que dañan ese “algo” que forma una sola cosa con nuestro cuerpo. En mi caso, la muerte de seres muy queridos unida a otras situaciones personales complicadas han hecho que el dolor, la desgana, y la necesidad de recogimiento me hayan tenido durante un año lejos de este blog. Y si cuento esta situación personal a modo de prefacio, es porque desaparecer durante un año de esta tribuna merece una corta explicación. Bien, ya está.Muchas cosas graves han pasado en el mundo en todo este tiempo,pero ninguna  ha sido lo bastante fuerte en mi interior como para sacarme del ostracismo bloguero. Estuve a punto de salir hace poco, a propósito de la visita del jefe de la iglesia católica a África y sus declaraciones acerca de lo innecesario de usar condones en un continente en que, por causa del VIH, mueren millones de personas año tras año. Pero sólo se me ocurría una palabra: INDECENTE. Martilleaba en mi cabeza cada vez que veía imágenes suyas dirigiéndose a la gente: ¡INDECENTE, INDECENTE!. Y ahí me quedé hasta hoy. El Papa, con sus joyones encima, desempolvados de los tesoros del Vaticano, arremetiendo contra el uso del condón, a favor de la muerte inexorable por tanto. Mientras, en otros viajes, desaprueba blandamente los abusos sexuales a niños que algunos curas y frailes ejercen y han ejercido por todo el orbe. INDECENTE de nuevo. Si hubiese infierno, se lo habría ganado por su falta de caridad y de comprensión. Una monja amiga mía, que trabaja en África, estaba indignada y, como otras muchas –según me cuenta- también opina que todo esto es INDECENTE.Sin embargo, la Conferencia Episcopal se ha sacado de la manga –no sabemos a santo de qué- una campaña a favor de la vida (y en contra del aborto). El feto, para ellos es, según la publicidad montada, un niño de muchos meses que gatea, ríe a la cámara y al que nadie defiende. Mientras, a su lado, el famoso cachorro de lince (boreal) anuncia que su vida está protegida por estar en peligro de extinción. INDECENTES también. Los fetos no son niños que gatean por el parquet de casa y los linces boreales no son una especie especialmente protegida; lo es el lince español, porque quedan pocos. Y no están más protegidos que los niños nacidos. INDECENTES, señor Camino y demás señores de la desafortunada Conferencia Episcopal. Si hubiese infierno, también se lo habrían ganado por su manipulación vomitiva y podrían hacen compañía a S.S.Si hubiera infierno; pero no debe haber NADA ni NADIE más allá capaz de crear un horror como ese infierno que nos han pintado y metido a presión en el corazón desde niños. INDECENTES por el miedo repartido antes y ahora entre los inocentes. Nada, dios, dioses, energía cósmica, sería capaz de una mente tan malvada como para crear un infierno eterno. Pero la Iglesia sí es culpable de haber contribuido a traer el infierno a este mundo. INDECENTES. INDECENTES para siempre jamás.  Hasta la eternidad en la que dicen creer.


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Una respuesta to “INDECENTES

  • La gente tiene creencias porque está en su (nuestra) condición, de manera espontánea. Se cree en los demás como vehículos del uno propio, se cree en uno mismo como vehículo de los demas y de sí mismo, se cree en lo intangible para llenar huecos, se cree en los huecos que no tienen explicación para tratar de encontrarla. Así, nos organizamos: buscamos la armonía de todas las creencias. Pero existe otra condición que rompe aquella: imponer lo nuestro, alcanzar el poder. Y jerarquizamos para llevarlo a cabo, para economizar: partidos políticos, sindicatos, iglesias… Cuando partimos de lo tangible, de lo comprensible, llegamos a pactos y convenciones de convivencia, con reglas de juego garantistas; cuando jerarquizamos para obtener poder desde lo intangible, se necesita la arbitrariedad como fundamento. Tan abritrario llega a ser ese poder que puede inventarse el infierno como dogma. Y eso no es decente, no es ético. Admitiendo esto, toda consecuencia está corrompida: su palabra, sus hechos.